
Están en el ocaso de sus vidas, ya no tienen las mismas fuerzas que antes, algunos necesitan que sus hijos les devuelvan el cuidado que una vez recibieron.
Los miro y en sus ojos se refleja el eco de todos aquellos paisajes vistos.
Los escucho y cada anécdota es un poema a la vida, percatándome de que la mayoría de las veces les duele más el no haber hecho, a haberse equivocado. En este último caso, al menos les hubiese quedado la experiencia.
Los huelo y recuerdo tantas cosas de mi infancia, huelen a mentol, a naftalina, a talco, a perfumes, a abuelitos/as, a vainilla... a sabiduría.
Los toco y cada pliegue denota un amor, una herida, tal vez una historia inconclusa...
Qué maravilloso encerrar en una sola piel tantos años vividos!
Amo los viejitos!!!
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